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Reflexión de la liturgia de la palabra viernes 29 de octubre de 2010, Lc, 14, 1-6.

Reflexión de la liturgia de la palabra viernes 29 de octubre de 2010, Lc, 14, 1-6.

Ante la posibilidad fuerte y marcada que hay de volverse relativista, es fácil hacer opciones de momento; incluso hacer el bien, no como un bien para el otro sino hacer un bien que sea un peldaño para acrecentarme y llenar mis necesidades sin tomar en cuenta las necesidades del otro, es decir un dar para recibir, que excluye la caridad y la compasión.

Como dice el salmo ¿qué es el hombre para que tú te acuerdes de él o el hijo del hombre para que cuides de él? A penas lo has hecho inferior a los ángeles al coronarlo de gloria y esplendor Tú lo pusiste sobre las obras de tus manos, todo fue puesto por debajo de sus pies. Jesús lo comprendió muy bien y tomando estas palabras como referencia, comprenderemos un poquito más porqué actuó como actuó, no vio a cada uno de sus prójimos como masas, lo vio como creaturas y creatura única creada por Dios.

El Evangelio de hoy nos narra el acontecimiento en el cual Jesús en sábado cura a un enfermo de hidropesía, en este momento Jesús trasciende y transgrede a la vez la ley de su tiempo va en busca de los necesitados, es decir, los enfermos de manera especial y llega al hombre para una liberación integral.

Es así como se entiende la creación del hombre en el Génesis, puesto que Dios no lo creó en solitario porque él en su unidad está dotado de alma, cuerpo y espíritu por eso la propia dignidad del hombre pide que este glorifique a su creador, ¿desde dónde? Desde su cuerpo y de esta manera no se esclavice a sus intereses y se reconozca creatura amando a quien lo creó, amor que lo lleva al encuentro y solidaridad con el otro.

El respeto a la dignidad humana no puede prescindir de la obediencia de considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para que viva dignamente.

Siempre es lícito curar, siempre es lícito hacer el bien, deberíamos incluso ir más allá. Siempre es un deber curar, siempre es un deber hacer el bien, lo demás son disculpas, ganas de no comprometernos olvidarnos de la radical fraternidad que nos enlaza para siempre con los hombres y mujeres que nos rodean, aunque no sean como nosotros, aunque no sean como deseamos, aunque sean desagradables para nosotros, aunque no lleven nuestro apellido, no sean de nuestra raza, no hablen nuestro idioma o no vayan a nuestra iglesia.

Jesús es el hombre solidario con la humanidad, en él se reconoce el amor incondicional del Padre con el hombre; Jesús se hace cargo de las enfermedades, del pueblo, camina con él, lo salva y lo constituye en la unidad.

Ya sabemos en cualquier día se cura a los enfermos, todos los días se ayuda a los necesitados, se acompaña al que está solo y se hace lo que sea por el hermano, sin disculpas, sin excusas.

Dios salta las normas pues sus preceptos están para el bien de las personas y para que el hombre le de gloria a él aún sin que Él lo necesite puesto que es don suyo el que seamos agradecidos, como dice el prefacio.

Ciertamente Jesús sale al encuentro del que está necesitado, es una realidad que no se puede obviar en los Evangelios, sin embargo, son pocos los pasajes donde Jesús cura a los enfermos sin que se lo pidan esto denota en él una solidaridad inmensa ante la voz del otro y un amor que sobrepasa cualquier límite; pero sobre todo hace ver, notar y busca que el hombre entienda cual es su valor y como debe vivirlo.

Con lo antes dicho no podemos quedarnos encerrados en nuestro bienestar, pues Jesús sacude nuestra comodidad y nos invita a hacer el bien ad intra de la fraternidad y ad extra de la fraternidad como diría nuestro Padre Francisco, “todos somos hermanos”.

Jesús rescata la dignidad y el valor del hombre, va al encuentro del hombre total pues quiere que este tenga vida y vida en plenitud, Dios en su libertad dota al hombre de dones, recordemos que todo cuanto hay en el mundo está al servicio del hombre y no el hombre al servicio de sus inventos y de lo que otros le imponen; nunca olvidemos que todo, absolutamente todo está para el bien de las personas porque la gloria de Dios es que el hombre viva y viva bien.

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Colaboración de Fray Juan Martínez

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