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«Y LA PALABRA SE HIZO MIGRANTE Y VINO A HABITAR ENTRE NOSOTROS…»

María y Denis salieron de Morazán, un sencillo pueblo del departamento de Yoro en Honduras en mayo de 2010. Se encaminaron presurosos rumbo al norte, ya tenían un año de vivir juntos, se conocieron desde que eran adolescentes. Ella es una sencilla mujer, morena, menuda, descendiente de los garífunas, hermosa de rostro y de cuerpo atlético, ya no pudo seguir estudiando, las condiciones económicas no se lo permitieron, antes de unirse a Denis ella vivía con su abuela, pues su mamá murió cuando ella contaba solo con 4 años de edad y su padre les abandonó, pues también partió hacia el norte, nunca supo más nada de él. Denis era campesino, hombre forjado con la tierra y el sol, de una familia numerosa, catorce hermanos la formaban, su madre ya anciana, su padre tenía años que había muerto. Ella sólo tenía 19 años, él 23.

En su noviazgo, algún día platicaron de la posibilidad de salir juntos de su país y “subir” al norte, donde harían su vida de pareja. El día llegó, decidieron salir juntos de Morazán, a pesar de que escuchaban que el camino por México era extremadamente peligroso, decidieron migrar. Al dejar Honduras y entrar a Guatemala no les pasó nada, el viaje por este país fue rápido, pues usaron el transporte normal con el dinero que habían ahorrado. Pero al llegar a México empezó su sufrimiento, pasando la frontera Guatemala – México, alguien les dijo que no se encaminaran por la aduana, que los agentes de migración estaban muy cerca, esas y otras recomendaciones como que no caminaran de noche porque los “zetas” los podían secuestrar y extorsionar o los delincuentes podían asaltarlos.

Con incertidumbre se encaminaron junto con otros que se les habían unido en el camino y cruzaron la frontera por la montaña para evadir a las autoridades migratorias. No habían caminando en México ni un kilometro cuando salieron a su encuentro cinco hombres armados, dos encapuchados y tres cubriéndose el rostro con trapos descoloridos. Les dijeron que se desnudaran, que les entregaran todo lo que traían. Así lo hicieron, los despojaron de todo.

María era la única mujer del grupo de nueve migrantes que con temor miraban a sus agresores. A ella la tomaron y se la llevaron atrás de los matorrales, todos se imaginaron lo peor, no más de 10 metros la llevaron; ella empezó a gritar y a forcejear, los gritos eran tan desgarradores que Denis se levantó y como fiera golpeó a dos de los asaltantes, pero rápido lo sometieron, lo golpearon hasta dejarlo inconsciente, a los demás los amenazaron. No tardaron mucho, María quedó desnuda, tirada, sangrando de la boca y amoratada de todo el cuerpo. No lo podían creer. Los criminales huyeron y así los dejaron, sin ropa, cuando ellos se alejaron, todos corrieron desesperados, buscando socorro. Sólo quedó María con su cuerpo violado junto al cuerpo de su esposo maltratado, llorando y deseando regresar a su país.

En ese lugar pasaron todo un día; cuando se sintieron mejor, Denis salió de entre los matorrales y se encaminó al poblado más cercano, la gente desconfiaba, pensaban que era un loco, él pidió auxilio, alguien le aventó un poco de ropa y cerró la puerta de su casa. Medio vestidos decidieron continuar, el regresar implicaba haber fracasado; después de caminar todo un día, alguien los “levantó” y los llevó a Tenosique. Ya en la ciudad no quisieron parar, querían agarrar el tren y siguieron caminando, se encontraron con el gran puente de fierro color naranja que cruza el Usumacinta. El lugar se conoce como Boca del Cerro, es un accidente geográfico que abre el paso al río más caudaloso de México. Allí esperaron pues les dijeron que en ese lugar el tren baja la velocidad y ellos podrían subir. Buscaron un lugar para sentarse, nuevamente se encontraron con otros migrantes, ahora en el grupo había dos mujeres.

No se habían sentado cuando alguien gritó: “la migra, la migra”. No tuvieron tiempo ni siquiera para reaccionar, varios hombres corpulentos y otros obesos, todos vestidos de azul, con la bandera de México en el hombro izquierdo y con las letras INM en el derecho, los persiguieron. Entre insultos y golpes los “aseguraron”, no hubo una sola pregunta sobre su identidad, no hubo intercambio de palabras. Todos fueron conducidos a la estación migratoria entre malas palabras.

María entre el temor y la vergüenza, no quiso declarar nada de lo que había pasado, cinco días hicieron en la estancia, les dijeron que cuando los “asegurados” llegaran al número suficiente para llenar un autobús los deportarían a su país. Ya en Honduras, Denis le dijo a María que él intentaría nuevamente salir de su país, cruzar México y llegar a los Estados Unidos, estuvo solo dos semanas con su esposa y se puso en camino, ahora sin ella. Se despidieron y ninguno de los dos sabía que María estaba embarazada. Él prometió que estando en Estados Unidos enviaría dinero para que lo alcanzara.

Pasaron varias semanas y María no sabía nada de Denis, a finales de agosto el mundo se enteró del asesinato de 72 personas de origen hondureño, guatemalteco, salvadoreño, ecuatoriano y brasileño; habían sido víctimas del crimen organizado, en un rancho de Tamaulipas, después de haberlos secuestrado. María se angustió tanto porque inmediatamente pensó que una de las víctimas era su esposo. Sin embargo, Denis no estaba entre los asesinados, pudo cruzar la frontera de México – Estados Unidos y llegó a Houston, Texas, donde trabajaba como pintor, ella por su parte comunicó a Denis que tendrían un hijo, que ya iba en el tercer mes del embarazo.

Llegó por fin el tiempo en que ambos decidieron que María tenía que encaminarse hacia el norte. Ellos sabían que en noviembre y diciembre eran buenas fechas para viajar porque pocos lo hacían, los criminales por lo mismo no secuestraban ni extorsionaban como en “temporada alta”. María tenía seis meses de embarazo cuando emprendió su viaje. Salió sola de su casa y en el camino fue encontrando otras personas que la ayudaban, el embarazo se podría complicar. María pudo atravesar la frontera y pasar a México justamente a principios de diciembre. Llegó a Tenosique, exhausta, con los pies hinchados, esta vez nadie la asalto, los agentes de migración no la persiguieron, era una mujer embarazada que poco importaba. La primera noche en Tenosique durmió en el malecón, junto al río Usumacinta, sola, angustiada y pensativa. Alguien le informó que en el centro, en la iglesia católica recibían migrantes por unos días. Los Hermanos Menores abrían su casa y compartían con ellos el fruto de su trabajo.

Los primeros días que María estuvo en el albergue también era llevada al hospital de la ciudad y tenía que hacer largas filas para que la atendieran, en ocasiones el personal del hospital la veía con precaución, era una extranjera embarazada, sin pareja. También no faltó que en el albergue de la parroquia algunas de las personas la trataran mal, le dijeran a ella y a los demás migrantes que eran basura, que ya tenían mas de tres días, que el máximo para quedarse eran precisamente eso, otros los miraban mal y los mostraban su malestar por estar ocupando el salón parroquial para dormir, comer, divertirse.

Por fin María se comunicó con Denis, este le dijo que había contactado un “coyote” en Honduras y que en dos días pasarían por ella para llevarla hasta donde él. El costo sería de cinco mil dólares, tendrían que pagar la mitad por adelantado. María esperó más de dos días pero el hombre no llegó, cuando se logró comunicar con el “coyote” supo que la habían extorsionado a ella y a su pareja porque no supieron más del extorsionador. Fue tanto el coraje y el desconsuelo de María que se empezó a sentir mal, seguramente el bebé llegaría antes de lo esperado. Y así sucedió, durante la primera quincena de diciembre dio a luz a un hermoso bebé que por haberse “adelantado” tuvo que pasar algunos días en observación. Al salir del hospital regresó al albergue con el bebé, los otros migrantes la esperaban con alegría, habían preparado una sencilla cena para recibir a María y al bebé. ¡Qué ternura de los migrantes cual verdaderos pastores cuando cada uno cargó al niño y lo arrulló, que noche tan consoladora para María el saberse acompañada de gente tan sencilla y tan valiosa! Y, a lo lejos, su marido, esperando algún día encontrarse con sus dos seres más queridos. Alguien entonces gritó: ¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor!

Tomás González C.

«Dios continúa entrando por abajo, pequeño, pobre, impotente… (migrante)… pero trayéndonos su Paz… Las estrellas sólo se ven de noche…» Pedro Casaldáliga, Navidad 2010

Comentarios

  1. Una historia muy conmovedora. Que el Señor que viene ilumine nuestra noche y nos haga ver su luz. Paz y Bien.

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