Publicado por Fray Raúl | 0 comentarios

Ansias de profundidad y nostalgia de absoluto.


Ya casi todo nos da igual o nos vale. Ya no hay límites ni reglas que romper. Ya no queda espacio para la imaginación. La ropa que antes ocultaba la belleza hoy opaca lo que esconde, dando mayor valor a unas cuantas tiras de tela que a la persona que la lleva. Ya no nos asombran  las novelas, el suspenso y las historietas… solo nos queda la imagen, todo es en 3D, si no, no gusta. Es la era de la imagen y entre más fantástica mejor. Hemos embotellado la felicidad, la alcanzamos con pedazo de carne (cosa) entre dos panes con un súper vaso de bebida carbonatada con papas a la francesa que realzan el sabor.
Ya los amigos no están cerca, es más, ni los conoces en realidad. Somos superfluos, vacíos, llenos de dudas y preguntas y otras veces llenos de nada y tecnología. Sabemos navegar por la Internet pero no sabemos nadar en los ríos o lagunas (si es que existen todavía)  
Hay muchos que vibran por la Era Digital, los Transformers y Viajes a las Estrellas pero poco saben del vecino, sí, ese que vive a la par de tu casa. ¿Cómo se llama? A saber, de todos modos no importa.
Ya los antiguos problemas y las generaciones combativas quedaron atrás. Somos indiferentes, tecnológicos, Somos Posmodernos. ¿Hacia dónde se fue la conciencia colectiva? ¿Dónde está tu Pepe Grillo, Pinocho? ¿Dónde tu ilusión, tu anhelo, tu sentido y tu vida? Andamos más que desorientados. Ya el realismo es tan real y vulgar que no gusta. Sencillamente nos cansamos de la realidad, por eso nos gusta lo irreal, lo fantástico. Harry P, sabe lo que queremos, igualmente Bella, Jacob y Edward. Ya la ciencia demostró todo lo que podía y lo que no puede demostrar lo inventa (sin ofender al Canal de los Dyscubrimientos). La ciencia es la nueva religión y “científicos” sus nuevos sacerdotes. Sus profetas son ateos, sin escrúpulos y sin límites.
Creo que Marx estará deseando aunque sea un poquito del opio para olvidar tan crudo y simple y asqueroso  que es esta nueva realidad, ya no humana ni feliz, sino desarraigada, deshumanizada y contra humana. Ya no hay paradigmas válidos, todo es relativo. Nos quitan a Dios y nos dejan entre la Nada y el Vacío.
Se ha sustituido a “Dios” de  hecho y literalmente de los escritos y se ha puesto en su lugar alguna caricatura absurda y parcial de sus muchas cualidades. Por ejemplo: Que la Vida te bendiga. Que la Suerte te acompañe… y esto entre los mejores o buenos ejemplos…
Ya no se habla de Dios, pero se le necesita. Ya cuando nadie teme a Dios es porque no le teme a los hombres (y no es que debamos temer, pero pensemos en el temor como respeto por el otro). Quien teme, respeta, aunque sea por temor. Quien no teme no respeta por nada.
¿Qué pasó con los XX siglos de cristianismo?  Y con los XXV siglos de filosofía. ¿Qué pasó con occidente? ¿Dónde perdimos el rumbo?
Lo que con ansias buscamos es lo que estamos negando. Queremos a toda costa quedarnos con los medios desconociendo los fines. Nos parece más real y deseable un niño mago sobre una escoba que a Dios haciéndose hombre y muriendo en una cruz.  Deseamos que la señorita Swan se convierta en Vampiro y viva eternamente feliz al lado de Edward. Pero nos parece tonto que una judía adolescente  dijera Sí al Proyecto de Dios, proyecto que es para siempre. Nos parece más sabio encontrar otro planeta similar al nuestro y viajar y mudarnos, que quedarnos en el que ya tenemos y cuidar de él.
Parece ser que ya sabemos “toda la verdad” y que no tiene sentido seguir buscando, o de plano la verdad no existe y es pérdida de tiempo… por eso gustan más las mentiras que la verdad. O es que es más rentable mentir y saturar los sentidos a costa de sacrificar la olvidada razón y la antigua corriente racionalista. Es que el racionalismo se volvió irracional y el empirismo ya no halló qué experimentar.
Parece que es un hecho, estamos involucionando. Ya no se puede ir más arriba ni más abajo. Topamos, no hay fronteras que cruzar ni límites que conocer… ya no hay a dónde ir.
Pero hay algo, mejor dicho, alguien a quien afanosamente  hemos querido negar. Desde el principio lo quisimos dominar y ser como él… quisimos cosificarlo… pero como no pudimos, lo quisimos ignorar. Hoy más que nunca tenemos la necesidad de Dios. De que nos vuelva a encantar, a atraer, a llamar. De que pasee con nosotros en el jardín, de escuchar su voz como en el Sinaí; de sentirle pasar en la fresca brisa, como silencio y quietud. De quedarnos admirados  de su magnífica e insuperable obra. De vernos al espejo y decir: ¡Qué bien te quedé! ¡Me hiciste muy bien!
Necesitamos recuperar aquella antigua sed de profundidad, de grandeza, de absoluto. Ya lo relativo nos hartó. Toda la confusión por negarlo no mejoró las cosas, sino que las empeoró. La vida es misterio, no es solo el resultado de la unión perfecta de gametos masculinos y femeninos, de ADN y cromosomas… saber eso no nos demuestra nada sobre el origen, desarrollo y conservación, ni siquiera sobre el SENTIDO DE LA VIDA.
Sabemos que estamos aquí, no tenemos duda de que existimos, pero ¿para qué estamos aquí? ¿Cuál es el sentido de nuestra existencia? ¿Cuál es el sentido del ser? ¿Por qué el Ser y no más bien la Nada? ¿Por qué tanto interés en negar a Dios?
Si negar a Dios no nos afecta, tampoco lo hace el afirmarlo. “No existe” podrán decir muchos, pero no por eso se demuestra que no existe, solo que no creen en él. Si éticamente desaprobamos las mentiras por ser en cierto grado malas, por ser falsas, negar algo que no conocemos es casi como mentir adrede. Algunos prefieren callar frente a aquello de lo que no se puede decir nada. Entonces, no se niega, solo se calla. De él no podemos decir que existe ni que no existe (sería la solución para muchos).
Si Dios existe, no sólo ónticamente, sino ontológicamente, es decir si Dios es en realidad un ser, es porque lo es. Si no es, es decir, que no existe como tal, sólo tenemos un concepto de lo que nos parece es Dios. Pero los conceptos son conceptos de algo o de cosas que nos parecen tener un común denominador. Por tanto, no podría ser solo concepto, pues los conceptos no pueden ser vacíos.  Si “Dios” es un concepto vacío en el cual puede entrar cualquier definición estaríamos en una contradicción, pues no todo puede entrar en el concepto “Dios”. Dios no es un concepto.
Pero basta de hablar de Dios, pues no está en él el problema. Pensemos un momento de dónde me viene el ser. ¿Quién soy y por qué soy? ¿Dónde estamos y por qué estamos aquí?
Entendemos por qué el hombre quiere ser como Dios, pero no entendemos por qué Dios quiso hacerse hombre.

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