Reflexiones sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
El anterior poema, de autor desconocido (pues hay varios posibles autores), trae consigo una profunda carga de sentimientos frente a la Pasión de Jesús. No se queda en un sentimentalismo superficial, sino que, por el contrario, el sufrimiento de Cristo en la cruz es motivo de conversión y seguimiento. Muchas veces queremos condicionar nuestro seguimiento de Cristo a los milagros que pueda hacernos. Otros le siguen para “salvarse” y no “ir al infierno”, en fin, lo que se nos olvida es el gran acto de “amor hasta el extremo”, gratuito e incondicional de Dios al ser humano. Nadie ha amado tanto a la humanidad entera como lo ha hecho el mismo Dios, que no se reservó ni a su propio hijo.
Que esta semana, tan importante para los cristianos y para toda la humanidad, sea una semana llena de agradecimiento y compromiso con la causa de Cristo. Su proyecto del Reino de Dios vale la pena, y su resurrección da cuenta de ello.
Esperanza que nos viene de la Resurrección
La irrupción de Dios en la historia de la humanidad se ve con claridad cuando caemos en la cuenta de que Dios camina con su pueblo. La encarnación del Verbo de Dios es el gesto más tierno que hemos conocido, pues el Señor todopoderoso se hace uno de nosotros y yace en un pesebre. La vida de Jesús anunciando que “el reino de Dios está cerca” e invitándonos a la conversión son el testimonio de la misericordia de Dios. Sus enseñanzas nos llevan a recordar que no se puede vivir el esquema de “la ley por la ley” sin misericordia y amor, sobre todo a los más débiles y necesitados.
El proyecto de Jesús es el Reinado de Dios, reinado del amor, la misericordia, la justicia, la paz, la verdad y la santidad. Ese reinado llenó de muchas esperanzas a sus amigos, los apóstoles y los discípulos y los demás seguidores. Eso que había iniciado en las periferias del Imperio, en un pueblito pobre y casi olvidado, en Galilea, llega hasta Jerusalén. Jesús recibe un doble juicio, uno religioso y otro político: en el juicio religioso se le acusa de blasfemia porque se hace llamar “Hijo de Dios” y por eso lo condenan a muerte, pero no podían las autoridades religiosas ejecutar la sentencia, necesitaban la aprobación del poder político. En el juicio político es acusado de revoltoso, subversivo y le acusaron de no querer pagar los impuestos al César, y sobre todo, auto proclamarse Rey de los Judíos. Pilato intentó liberarlo pero su cobardía fue mayor y, lavándose las manos, lo entregó para que lo mataran. Jesús murió colgado de una cruz, contado entre los criminales. Solo la madre y un par de personas más estuvieron con él hasta el final. Los otros seguidores se alejaron y entristecieron con aquellos acontecimientos.
Pero Dios no lo abandonó a la muerte. La resurrección de Cristo es, en cierto modo, como la confirmación de que Dios siempre estuvo con él. Su proyecto del Reino, la Buena Noticia a los pobres adquiere un nuevo sentido, pues ni la muerte podrá acabar con las esperanzas de los débiles y desposeídos. Dios camina con su pueblo sufriente. Dios nos acompaña siempre por los caminos que conducen a la liberación de las ataduras del pecado personal y del pecado estructural (social e histórico).
La fe en la resurrección nos debe comprometer con el proyecto del Reinado de Dios, que era el proyecto de Jesús. Nuestro compromiso cristiano debe estar lleno de signos de resurrección, signos de nueva vida, signos que vencen los antiguos esquemas de muerte y pecado como el individualismo, la desigualdad, el desamor, la guerra y los odios fratricidas.
Que la resurrección de Cristo nos llene de fortaleza y nos de la certeza necesaria para seguir las huellas de Cristo, siendo fiel hasta la muerte.
Paz y bien.
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