Espiritualidad en el siglo XXI
Edwin Mendoza Hipp
Para muchos, hablar de espiritualidad en estos tiempos parece que fuera una pérdida de tiempo y un total disparate, habiendo tantos problemas como el desempleo, la pobreza, el hambre, las guerras, el deterioro de nuestro sistema planetario, y otras cuestiones que afectan tan desfavorablemente a nuestro mundo, es absurdo pensar que la espiritualidad tenga algo bueno que decir. Muchos dirán que eso está bien para los que se ocupan de la Iglesia, para los curas, los frailes, las monjas y uno que otro laico. Pero este mal entendido surge de una falsa comprensión de lo que realmente es la espiritualidad. Y es precisamente esa la concepción que predomina en la gran mayoría de personas. Para ellos, hablar de las "cosas espirituales", es hablar de cuestiones metafísicas o de asuntos del más allá.
Sin embargo, para un auténtico cristiano hablar de espiritualidad, es hacer referencia a toda la vida, es decir, a todo aquello que envuelve las relaciones del ser humano, sus actitudes y experiencias. Al mencionar esto, hablamos de una realidad muy humana, de una realidad que es inseparable de la vida del hombre, y en definitiva, de <espiritualidad>. No obstante, algunos han comprendido la espiritualidad como algo que solamente nos hace estar más en contacto con el mundo de lo sobrenatural, de la oración, con los ritos, con el culto o con lo sagrado. Esta dicotomía que se ha producido en la mentalidad de muchos cristianos del siglo XXI, ha sido una larga herencia de una concepción dualista del cuerpo y del alma, herencia de la cual hoy todavía siguen prisioneras un sinfín de personas. Y una de las consecuencias que nos puede acarrear este tipo de espiritualidad (como algo opuesto a la materia), es el individualismo entre "mi Dios y yo", "yo y mi Dios" ¡y nada más! Por lo que Dios pasa a ser entonces <propiedad privada>, de tal manera que, poco a poco voy creando una espiritualidad intimista (y la mayoría de veces sin darnos cuenta), que al final, tarde o temprano se verá reflejada negativamente en mis relaciones con los demás.
Si observamos bien, nos daremos cuenta que la palabra "espiritualidad" viene de la palabra "espíritu" (respiración o aliento). Así pues, la espiritualidad es aquel conjunto de motivaciones, sueños, impulsos y aspiraciones más profundas que mueven al ser humano. Pero hoy en día existen muchas espiritualidades, hay espiritualidades alienantes, espiritualidades de insolidaridad, de odio, de destrucción y de injusticia, en contraposición con otras espiritualidades de amor, de solidaridad y de justicia. Es en este contexto que nosotros hablamos de una espiritualidad cristiana, una espiritualidad que nos haga más humanos, más abiertos a los demás, una espiritualidad que nos llama a ser hombres y mujeres plenos, capaces de vivir en total libertad: con las cosas, con los animales, con la naturaleza y con los seres humanos. La auténtica espiritualidad cristiana es ante todo, aquella que se fundamenta en la persona de Jesús, en su constante seguimiento y en su proyecto humanizador. Por ello, cualquier espiritualidad que desee llamarse cristiana, debe primero volcar su mirada al mensaje evangélico. Únicamente de esta manera podremos encontrar el verdadero sentido de la vida que nos hace realizarnos plenamente como personas, y nos mueve a actuar en caridad fraterna con todos los seres humanos, especialmente con aquellos que son marginados y oprimidos por el sistema político, económico, social o religioso de nuestras sociedades.
Por lo que, si estamos realmente convencidos de que deseamos ser fieles seguidores de Jesús y de su mensaje, nuestra espiritualidad deberá irse renovando constantemente e irse dejando moldear libremente por el espíritu de Dios, que es un espíritu creativo, capaz de hacer nuevas todas las cosas y transformar completamente nuestra vida, aún cuando parezca que todo va en contra nuestra. Sólo así la espiritualidad cobrará vigencia para esta sociedad del siglo XXI, capaz de dar respuesta a las inquietudes más hondas de los hombres y las mujeres de nuestra sociedad.
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