Fe y Vida: una síntesis necesaria
En la época en que vivimos no es fácil hablar de fe sin que necesariamente nos encontremos con el dilema de si es posible para el hombre y la mujer de fe responder a las necesidades de la vida política y social. Dicho de otro modo, en la actualidad lo común es que la fe abarca la dimensión personal e interior de la persona, sin que ello interfiera, muchas veces, con su quehacer humano-cotidiano.
Pero todo depende de la concepción de "ser humano" que tenemos. Del significado que le damos a "fe" y a "vida". Ciertamente el antiguo dualismo excluyente entre alma y cuerpo, ha sido con creces superado. Y ahora más que antes se habla de unicidad del ser. Cuerpo y alma no son dos partes diferentes y contrapuestas una a otra, sino que son dos partes complementarias de un todo, partes que se necesitan y se suponen mutuamente. Por tanto, el bien para el alma es bien para el cuerpo y el mal para el cuerpo es mal para el ala. Queda así vencido aquel antiguo desprecio por el cuerpo y lo corporal, desprecio que sin duda ayudó a la santificación de muchos. Hoy, la santidad ha de marcarse más que por el sufrimiento corporal por la sana integración del cuerpo y el alma en unicidad, es decir en equilibrio.
Pero ¿qué pasa cuando creemos unas cosas y obramos de otro modo? ¿No es acaso mentirnos a nosotros mismos? Si no vivimos según lo que creemos, creemos entonces en cosas falsas que no merecen credibilidad. Pero si creemos en cosas ciertas y vivimos conforme estas creencias, seguramente el camino a la felicidad estará en nuestro itinerario.
La fe que tenemos ha de notarse en nuestras obras, nuestros actos y actitudes frente a la vida. Hoy en día, un hombre de fe no es aquel que dice tener fe, sino aquel que demuestra con sus obras que tiene fe. Y tener fe no es creer en cualquier cosa, es creer en lo creíble y esperar en lo que es digno de ser esperado. No es suficiente un fideísmo "solo porque sí". Creemos en Jesús porque es razonable creer en él.
Para vencer la disociación entre fe y vida hay que vencer primero el concepto obscuro y abstracto de la fe, porque sólo así podremos comprometernos de manera razonable con lo que creemos. Una fe madura da razón de su esperanza (1Pe 3, 15). Una fe inmadura supone que cree solo por que sí y lo que no entiende es malo. De ahí que se fanatice en la fe y en la religión. En todo caso, lo que hacemos dice mucho de lo que somos y creemos. Por sus frutos los conocerán (Mt 7, 16) dice el Señor. Por tanto, poco podemos pedir a quienes se declaran con creyentes, pero a quienes decimos ser creyentes, es imperativo que VIDA y FE no estén separados.
Pero ¿puede un creyente meterse en cuestiones relacionadas con la política? ¿y qué decir del deporte, el arte, la vida social, etc? Indiscutiblemente no podemos llevar una doble vida, solo tenemos una cara y un solo ser, si somos seres humanos creyentes, toda nuestra vida deberá estar iluminada por la fe que tenemos. Es decir, tener fe sin obras deja en duda la fe. Quien cree actúa con confianza y esperanza en lo que cree y se compromete decididamente con lo que cree.
En el particular de los cristianos, creemos , seguimos y esperamos en una persona, Jesucristo, el Señor. Creemos en él porque es razonable creer en él. Sus obras demostraron que sus palabras eran la verdad. Lo seguimos porque queremos que todas sus promesas sobre el reino se hagan realidad entre nosotros.
Una fe madura no busca el milagro o el favor del Señor, como muchos en el Evangelio, que querían hacerlo rey (Jn 6, 15) por darles de comer o para que los sanara de todas sus enfermedades y dolencias. Una fe que va madurando va dejando atrás estas cuestiones. Fijémonos en los apóstoles, de ellos se narra el llamado a ser "pescadores de hombres", poco se habla de milagros particulares.En el evangelio según San Juan se nos dice: "para que creyeran en él" (Jn 2, 11 y otros). Nosotros ya creemos, sabemos que él es Dios. No buscamos milagros sino el Reino de Dios y su Justicia (Mt 6, 33). Queremos seguir a Jesús y dar testimonio de él entre los hombres. Queremos vivir sus valores... y su compromiso con los más pobres y débiles.
Seguir a Jesús de verdad tiene implicaciones socio-políticas que no podemos obviar. Ahora bien, podemos quedarnos con una separación entre fe y vida, y no hacer nada. Pero si nuestra fe no se demuestra en nuestras obras nuestra fe es vacía (Stgo 2, 26).
Los valores del Reino como el amor, la verdad, la justicia, la paz, la santidad y la vida han de estar siempre presentes en la vida de quienes se llaman seguidores de Jesús.
Venir al mundo no dependió de nosotros, existir en él es una decisión que cada cual debe tomar. ¿La fe y la vida? son dilemas que a lo largo de la historia no logran aclararse del todo, mientras más los indagamos, más nos preguntamos, en este itinerario del vivir existe la posibilidad de elegir, de crear cada cual nuestro propio camino, el camino que Francisco de Asís decide tomar es un camino confuso y nada agradable, pero sabía que era la única forma de estar más cerca de aquél del cual se estaba enamorando, ante ese ejemplo, se puede resumir: la fe y la vida que la espiritualidad cristiana proponen, se consigue solo enamorandose de Cristo, para enamorarse de él, es necesario actuar como quizá Él lo haría.
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