Publicado por Julio Canel | 0 comentarios

Misión y acción de la Iglesia

Casi siempre nos preguntamos, ante las realidades de muerte y opresión, ¿dónde está o estaba Dios en ése momento? Podemos retomar esa misma pregunta y dirigirla a aquellos que se llaman “seguidores o discípulos” de Jesús: ¿dónde está o estaba la Iglesia en ése momento? Pero, sobre todo, reclamar ¿dónde está o estaba la jerarquía de la Iglesia en ése momento? Se sabe que son siempre los fieles comprometidos, los pobres, los que dan la cara, pero a veces no son apoyados por el resto de la comunidad, sino que son vetados e injustamente condenados.
La moneda ha sido lanzada y la reflexión es profundizada por Mons. Oscar Arnulfo Romero (+). Él se pregunta primeramente, a la luz de la Conferencia de Puebla, ¿cómo iluminar y dar sentido a este entorno caótico? Y luego, por ser el Pastor de la Iglesia (en El Salvador) se pregunta sobre la postura que debe adoptar todo cristiano recordando que “jamás olvida la Iglesia que su misión no es de orden político, social o económico, sino de orden religioso” . Al igual que los Apóstoles, en un entorno en el cual se daba la vida (martirio) sin saber por quién o por qué se la daba, Romero intenta dar sentido al ofrendar la vida en martirio: si continuar con la lucha por la justicia social y dignidad de la persona humana, iniciada en Jesús, es motivo de persecución y muerte, hay que saber que es el mismo pecado el que nos quiere asesinar, pero ante todo, que estamos cumpliendo la misma obra de nuestro Señor Jesucristo: denunciar el pecado y a aquellos que lo ejecutan.
Pareciera que el entorno en el cual vivió Jesús se ha evidenciado claramente en este pequeño país de América Central. Nos encontramos en un tiempo en el cual gobierna la extrema derecha con su autoritarismo absolutista, se generan condiciones violentas entre el ejército (gobierno) y grupos paralelos (pueblo) que, en vez de buscar soluciones pacíficas, han optado por el enfrentamiento armado. Ambos grupos son conformados por “hijos de Dios”, pero también ambos se han dejado seducir por intereses personales.
La tercera Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM) realizada en México elaboró un documento llamado PUEBLA, en el cual se da opción preferencial por (los jóvenes y) los pobres. Romero no es ajeno a las conclusiones elaboradas sino que las reflexiona y asume. Jesús, ante una realidad de opresión, desvalorización y pecado, toma postura y asume su opción preferencial hacia aquellos que carecen de todo, los anima, acoge, consuela, perdona… pero sobre todo es consciente de ello y asume el mismo sufrimiento. Mons. Romero se presenta, ante esta “nueva” realidad, como “la voz de los sin voz” y dice “la Iglesia, por auténtico compromiso evangélico, debe hacer oír su voz, denunciando y condenando estas situaciones, más aún cuando los gobernantes o responsables se profesan cristianos” .
¿Cuál es, pues, la misión de la Iglesia? Mons. Romero, en primer lugar, dirá que la Iglesia deber ser ella misma y continua “Ella (la Iglesia) no busca ser una oposición, ni quiere chocar con nadie, sino que Ella construye la gran afirmación de Dios y su Reino y sólo chocan con Ella los que se oponen a Dios y a su Reino” y Juan Pablo II dice “la Iglesia no necesita politizarse para dar su aportación salvífica al mundo” .
Pero la confrontación Gobierno-Pueblo, Gobierno-Iglesia y Pueblo-Iglesia sigue presente. Y aún hoy, en el dos mil diez está presente, solo que de maneras distintas. El reclamo que hace el gobierno e incluso el pueblo a la Iglesia es de carácter político, ya que reclama (el gobierno) a la Iglesia el haber tomado postura “liberal” ante las confrontaciones y ha dejado de ser neutral. Aquí surge uno de los grandes problemas, que hasta hoy impregnan la situación social de El Salvador: la lucha entre liberales y conservadores, entre rojos y azules, entre izquierda y derecha. Ante la acusación que se hace a la Iglesia Romero responde “si la liberación que la Iglesia predica y promueve se redujera las dimensiones de un proyecto puramente temporal… a una perspectiva antropocéntrica… y su actividad a iniciativas de orden político o social… la Iglesia perdería su significación más profunda… no tendría autoridad para anunciar, de parte de Dios, la liberación” . Pero no hay que caer en el otro extremo porque “lo contrario sería el pecado; vivir tan preocupada de su propia identidad, que esa preocupación la inhibiera de acercarse al mundo… es trascendiendo lo humano, desde dentro, como la Iglesia encuentra y realiza el Reino de Dios que Jesús prometió y sigue anunciando mediante el servicio de su Iglesia” .
¿Será que ahora comprendemos mejor de qué lado debe estar la Iglesia? Algunos dicen que hay una Iglesia de los pobres, otros hablan de una Iglesia con los pobres y otros de una Iglesia para los pobres. Yo prefiero hablar de una Iglesia entre los pobres puesto que ello supone encarnación. Y es que el hecho de encarnar una realidad supone asumirla y vivirla. Jesús se encarna para habitar entre nosotros. Entonces, siguiendo esta lógica, la frase queda así: Iglesia encarnada en los pobres. Pero a mí siempre me ha cuestionado el hecho que en tantas Conferencias Latinoamericanas se ha abordado el mismo tema: la realidad latinoamericana, pero a veces los documentos conclusivos no son debidamente asumidos para generar procesos de liberación del pecado, muerte, opresión… sino más bien se quedan en meras reflexiones. Llevamos miles de años hablando de lo mismo y no se ve que haya un progreso cuantitativo y menos cualitativo que transfigure nuestra realidad, pero que sobre todo la lleve a una Pascua plena.
¿Qué significa hacer teología en nuestro contexto? ¿Realmente generan procesos pascuales? La tarea de Romero, como teólogo antes que Pastor, es reflexionar y poner el dedo en la llaga para, primero, descubrirlo y luego que ése dolor pueda ser redimido o sanado. Como Pastor acompaña al pueblo en la lucha, la asume y trata de iluminarla.
Me parece que la tarea del teólogo es la de un sabio: enseña a pensar, a ver la realidad tan evidente que nos rodea y la cual, muchas veces, negamos ver. Es claro que mantener la fe ante situaciones de opresión, violencia y muerte es difícil, pero no imposible. A Dios no le gusta la muerte ya que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Ante las situaciones injustas debemos exigir justicia. No es posible que sigamos viviendo en las sombras ¿a qué le tememos? ¿Qué pasaría si hacemos lo coherentemente correcto? Es posible que le temamos a la misma “institución” que nace de inspiración Divina y que vela “para que se haga justicia”: la Iglesia Católica. Podemos ser marginados dentro del mismo entorno que debería cobijarnos y llenarnos de ánimo para seguir adelante en la lucha por la vida. Estas inquietudes surgen a partir de la inquietud de saber si se puede hacer más desde otro ámbito que no sea el de la Iglesia. Pero me respondo diciendo que a veces los “conflictos” al interior de la Iglesia pueden generar un nuevo tipo de reflexión y mantener en movimiento el proceso de iluminación de la realidad. La Iglesia encarnada en los pobres, el exterminio del pecado, la aplicación de la justicia, la promoción humana plena, la comunión… aún siguen siendo anhelos que, al reflexionarlos, pareciera que estamos cerca de alcanzarlos, pero al acercarnos evidenciamos que aún estamos muy lejos y eso es así no porque ellos se hayan alejado, sino porque nosotros nos alejamos de ellos. Ellos siguen esperándonos donde los dejamos esperando, es momento de volver la mirada y tratar de llegar a ellos, aunque no podamos traerlos con nosotros.

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