Jesús y el Reino de Dios
Tomado del subsidio 2014 para la formación inicial y permanente de la Provincia Franciscana Nuestra Señora de Guadalupe
LA
PERSONA DE JESÚS Y EL REINO DE DIOS
“El tiempo se ha cumplido y el
Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Me 1, 15).
Así comienza y resume Jesús su mensaje evangélico. Su predicación nace en
parte de la tradición Judea que esperaba la intervención definitiva de Dios en
la historia. Israel esperaba el Reino de Dios para el último día cuando Dios
juzgaría a todos y establecería el reino de justicia, paz y libertad. Con su
propia originalidad Jesús transforma el símbolo tradicional. Anuncia que el
Reino de Dios está cerca, está a las puertas. Irrumpe en la historia en la
persona misma de Jesús. La proclamación del reino está enraizada
fundamentalmente en su “experiencia del Abba” con quien vive una relación íntima
y profunda; que experimenta como amor incondicional,* el Padre que no conoce
límites cuando toma la iniciativa y viene a cumplir la antigua promesa de
salvación para toda persona y para la creación entera. Esta experiencia del
Abba determina toda la vida de Jesús y de esta relación fundacional nace su
proclamación del Reino de Dios que da sentido y marca el rumbo de su vida y misión.
Centralidad
Del Reino En La Predicación De Cristo
El Reino de Dios no es, como
algunos creen, lo mismo que el cielo, el lugar donde uno va al morir. No es un
estado, un lugar, un territorio; no es una entidad geopolítica, una estructura,
un sistema o institución; no es la Iglesia. Es la intervención salvífica de
Dios que viene en amor para reinar en su pueblo. El proyecto del Reino consiste
en la defensa y dignificación de la vida de los seres humanos (Cf. Jn 10,10).
Es una realidad relacional, un proceso, una forma de vida, un modo de convivir
entre hombres y mujeres de modo que se sienten hermanos y hermanas, hijos e
hijas de Dios.
En la sinagoga de Nazaret Jesús
proclama la utopía del año de gracia del Señor que se hace historia en
liberaciones muy concretas para los oprimidos y cautivos (Le 4,16-21). Juan el
Bautista, en la cárcel, manda unos mensajeros a buscar claridad. Jesús
responde: “Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven,
los cojos andan, los leprosos quedan sanos, los sordos oyen, los muertos
resucitan y una buena nueva llega a los pobres. Y, además, ¡feliz el que me
encuentra y no se confunde conmigo!” (Mt 12,2-6). Los destinatarios son, en
primer lugar, los pobres y desvalidos, los enfermos y tullidos, los publícanos,
pecadores y prostitutas.
Con su proclamación del reino
Jesús dio vuelta total a todas las relaciones sociales. Invitó a poner la otra
mejilla, amar al enemigo, hacer el bien a quienes nos odian, bendecir a quienes
nos maldicen, perdonar setenta veces siete (cf. Mt 5, 38-43; Le 6, 27-37). Para
Jesús, todos somos iguales en dignidad y valor. Trató a los ciegos, cojos,
lisiados, leprosos, pecadores y marginados con tanto respeto como a los grandes
del mundo. Concedió a las mujeres el mismo valor y la misma dignidad que a los
varones (cf. Le 7,39; Mt 11,19).
Enseñó a sus seguidores a ocupar
el puesto más bajo, poniendo como ejemplo a un niño (cf. Me 9,33-37). Dijo que
las prostitutas y cobradores de impuestos entrarían al reino antes que los
dirigentes religiosos (Mt 21,31). Causó escándalo al comer en la misma mesa
con pecadores públicos (cf. Mt 9,11; Me 2,16). Afirmó que los primeros serían
los últimos (cf. Mt 20,16). Relativizaba la ley: el sábado está para el hombre
y no al revés (cf. Me 2,27).
Consideraba las leyes de pureza
ritual como tradiciones humanas que distorsionaban las intenciones de la ley de
Dios (cf. Mt 15, 1-20). Para él lo importante eran las personas y sus
necesidades. Vino a buscar lo que estaba perdido (Le 15), a buscar a los
enfermos para sanarlos. Invitó a sus seguidores a buscar el último puesto, a
lavar los pies a los demás (Jn 13, 4-16). Presentó el sermón de la montaña como
el camino para sus discípulos para construir nuevas relaciones (Mt 5,3-12). Y
los preferidos son los pobres “pues de ellos es el Reino de los Cielos”.
Al anunciar el reino, Jesús
invita a convertirse y creer en la Buena Nueva (cf. Me 1, 15). Se acerca para
ofrecer el amor incondicional del Padre. Conversión significa volverse a Jesús,
acoger y aceptar a Jesús como el centro de la vida. La fuerza transformadora de
este encuentro con Jesús es evidente en el caso de Zaqueo (cf. Le 19,1-10), la
mujer samaritana (cf. Jn 4, 5-42) y otros personajes del nuevo testamento. El
encuentro les lleva a una relación íntima con Jesús que resulta en un cambio
profundo, un proceso de conversión, comunión y solidaridad. El corazón de
piedra se transforma en corazón de carne (Ez 11,19), que resulta en una nueva práctica
de la compasión, la justicia, la reconciliación y el amor.
La dimensión personal del reino
es muy evidente. El reino trasciende este mundo y tiene como meta los cielos
nuevos y la nueva tierra. Este aspecto, sin embargo, es a menudo subrayado
hasta tal punto que el reino no tiene nada que ver con este mundo. Como
resultado, el mensaje de Jesús se convierte en un asunto privado y el aspecto
social del reino es ignorado y abandonado.
Por eso es importante señalar la
dimensión social. El reino apunta también a la liberación de estructuras
sociales. Jesús vivió en una realidad totalmente opuesta a los valores del
reino, donde la mayoría vivía en una pobreza deshumanizante, pagando altos
impuestos a las autoridades religiosas y civiles y donde la religión sirvió
para mantener el pueblo en una situación de sumisión y opresión.
En este contexto los anatemas de
Jesús no son solo condenas a individuos sino a grupos colectivos que, a través
de su poder, mantienen en opresión a los pobres. A los ricos Jesús dice: “Ay de
ustedes los ricos, porque ya han recibido su consuelo” (Le 6,24). A los
sacerdotes, que tienen el poder religioso, Jesús les acusa de haber cambiado el
sentido del templo convirtiéndolo en guarida de ladrones (Me 11, 15- 17). A los
escribas, que tienen el poder intelectual, les acusa de atar cargas pesadas a
los demás sin que ellos muevan un dedo (Mt 23,4).
A los fariseos les acusa de ser
guías ciegos (Mt 23,24). A los gobernantes, que detentan el poder político, les
acusa de oprimir a la gente (Mt 20,25). En este contexto de sufrimiento el
anuncio del “año de gracia” para su pueblo constituye un llamado para una
renovación de todas las estructuras sociales del presente sobre la base de la
alianza.
Dimensión
escatológica del Reino de Dios
Este reino está ya presente y
todavía por venir. Es don gratuito de Dios y tarea para nosotros. Es como la
perla de gran valor, la levadura que actúa ya en el mundo, la semilla ya
sembrada, el grano de mostaza que está creciendo. Tenemos que poner de nuestra
parte como los que reciben talentos para que el reino crezca (Mt 25,14,30).
Por otra parte tenemos que
confiar plenamente en Dios, abrir nuestro corazón a Él, saber que el reino es
gracia, que el trabajador de la última hora recibe también el denario (Mt 20,
1-16), que el buen ladrón estará con Jesús en el paraíso (Le 23, 39-43).
Podemos decir que la venida del reino de Dios es total y absolutamente obra de
Dios, pero al mismo tiempo es también total y absolutamente obra de seres humanos.
Lo que nos toca como cristianos es acoger con fe el don de la gracia y cercanía
de Dios, traducir esto en la vida en el seguimiento de Jesús, luchar por la
justicia y el amor; trabajar como si todo depende de nosotros y orar como si
todo dependiera de Dios (San Agustín), de modo que al final, “Dios sea todo en
todo” (lCor 16,28).
“El
Reino que nos reclama” (PAPA FRANCISCO: EVANGELÜ GAUDIUM)
180. Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta
del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios. Nuestra
respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños
gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría
constituir una «caridad a la carta», una serie de acciones tendentes sólo a
tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios (cf. Le
4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él
logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de
justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la
experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su
Reino: «Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá
por añadidura» (Mt 6,33). El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su
Padre; El pide a sus discípulos: « ¡Proclamad que está llegando el Reino de los
cielos!» (Mt 10,7).
181. El Reino que se anticipa y crece entre nosotros lo toca todo y
nos recuerda aquel principio de discernimiento que Pablo VI proponía con
relación al verdadero desarrollo: «Todos los hombres y todo el hombre». [145]
Sabemos que «la evangelización no
sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el
curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta,
personal y social del hombre». Se trata del criterio de universalidad, propio
de la dinámica del Evangelio, ya que el Padre desea que todos los hombres se
salven y su plan de salvación consiste en «recapitular todas las cosas, las del
cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo» (Ef 1,10). El
mandato es: «Id por todo el mundo, anunciad la Buena Noticia a toda la
creación» (Me 16,15), porque «toda la creación espera ansiosamente esta
revelación de los hijos de Dios» (Rm 8,19).
Toda la creación quiere decir
también todos los aspectos de la vida humana, de manera que «la misión del
anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación universal. Su
mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las
personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo
humano le puede resultar extraño». La verdadera esperanza cristiana, que busca
el Reino escatológico, siempre genera historia
183. Por consiguiente, nadie
puede exigimos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las
personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocupamos
por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los
acontecimientos que afectan a los ciudadanos. ¿Quién pretendería encerrar en
un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de la beata Teresa de
Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe -que nunca es cómoda e
individualista-siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de
transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra.
Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la
humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y
esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y
todos somos hermanos. Si bien «el orden justo de la sociedad y del Estado es
una tarea principal de la política», la Iglesia «no puede ni debe quedarse al
margen en la lucha por la justicia». Todos los cristianos, también los
Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor.
De eso se trata, porque el pensamiento social de la Iglesia es ante todo
positivo y propositivo, orienta una acción transformadora, y en ese sentido no
deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo.
Al mismo tiempo, une «el propio compromiso al que ya llevan a cabo en el campo
social las demás Iglesias y Comunidades eclesiales, tanto en el ámbito de la
reflexión doctrinal como en el ámbito práctico».
1. ¿Cómo logro integrar las tres dimensiones del Reino en mi
vida y misión?
2. ¿Qué alternativa evangélica ofrecemos a nivel personal y
fraterno al sistema neo-liberal de consumo?
3. ¿A qué me invita el Señor?
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