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María de Nazaret en la historia de la Iglesia y Teología respectiva (II parte)

CAPÍTULO II

I.                   Los dogmas de la “Inmaculada Concepción” y de la “Asunción”.

a.       Surgimiento histórico, presupuestos teológicos y los contenidos centrales de los dogmas.


La inmaculada concepción
: como presupuesto de este dogma tenemos la noción de pecado original  que tiene san Agustín, en particular lo que se refiere a su transmisión, es decir, a que es propagado por el padre en el momento del acto sexual y respectiva fecundación.  De este modo, todo el género humano lleva de suyo el
 pecado, aunque más bien, transmitido y heredado. Posteriormente, hacia el siglo VIII se propone una especie de “motivos de conveniencia para la purificación de María”,  en razón de su maternidad. Ya que se consideraba que ella, como todo ser humano, había contraído la infectio carnis, y se requería alguna intervención especial para reparar el daño. Esta reparación los escolásticos la plantearon en dos momentos: En el primer momento: unos decían que se había dado en el seno matero, es el caso de Alberto Magno y Buenaventura, otros en cambio no determinaban el momento, es el caso de Tomás de Aquino. El segundo momento, María es santificada en la Concepción de Cristo.  En el siglo XI se empieza a plantear que lo que se dio es más bien una intervención preventiva más que correctiva o purificadora. En esta línea, aunque guardando algunas variantes se encuentran: Eadmer, Nicolás de San Albano y Juan Duns Escoto.

Hacia el año 1439 el privilegio de la Inmaculada Concepción fue reconocido por el Concilio de Basilea, aunque este concilio no fue aceptado como legítimo.  La proclamación del dogma se da en el año 1854 con la bula Ineffabilis Deus, y es útil decir que existe gran semejanza con lo dicho en Basilea en 1439. Se resalta sobre todo que María quedó exenta del pecado original,  por una gracia singular que impidió la transmisión del mismo.

La asunción de María: el tema que hay de fondo es el de la inmortalidad del alma racional (Platón y Padres de la Iglesia) y cómo la muerte afecta al cuerpo, entonces lo que resucita es la carne.

Hacia el siglo VII ya se celebraba la “dormición de María”.  Sin embargo, los escolásticos aceptan la asunción de María como una pía creencia. Se descartaba así la posibilidad de la descomposición del cuerpo dada la acción preventiva o la acción reparadora que por gracia había recibido. Veamos lo que nos describe Borresen al respecto:

“La disgregación natural del cuerpo de María queda, pues, impedida por la unión restablecida con su alma inmortal inmediatamente después de la muerte. La asunción corporal al cielo garantiza la presencia de María, en cuerpo y alma, en la gloria” (Borresen, 1983, pág. 266).

El problema a solucionar es “en dónde está María”. Los escolásticos tienen diferentes posturas para ubicarla. Unos la ubican en el cielo de las criaturas; otros que por encima de los ángeles y para otros,  ocupa su lugar en el cielo de la Trinidad. Pero en estos planteamientos se nota con claridad  la dualidad entre alma inmortal y el cuerpo mortal. De aquí que se necesite una intervención especial que evite la corrupción del cuerpo de María en una tumba y su alma se reúna con el cuerpo resucitado. Esto no deja de complicar las cosas, ya que al parecer los teólogos medievales están afirmando que María murió. Recordemos que la muerte se ve como consecuencia del pecado, y según lo afirmado el año 1854, María no podía padecer tal situación por estar libre de mancha original. Frente a esto, algunos teólogos afirman que “María fue exenta de la mortalidad común”, como cita Borresen en el artículo que estamos trabajando. Sin embargo, cuando en 1950 se declara el dogma quedan unas cosas poco claras, ya que se sitúa el privilegio como una consecuencia de la Inmaculada Concepción (1854), pues no se clarifican el modo de la asunción ni la relación con la posible muerte de María.

b.      Interpretación de los dogmas desde la mariología del Vaticano II y en clave liberadora.

Pero estos dogmas nos traen ciertas complicaciones en la actualidad. Se supone que las ciencias, la antropología y la teología misma van dando pasos. Pasemos revista al Vaticano II y tratemos de decir algo después de 63 años del dogma de la Asunción.

El Vaticano II incluyó, después de un largo proceso, el tema de María en el tema de la Iglesia. Ganando la preeminencia la postura eclesio-típica. Lo poco que podemos decir del Vaticano II es que es bastante “cristocéntrico” y pastoral, además que da un giro muy significativo al recuperar la posición de La Palabra de Dios en las reflexiones teológicas de la contemporaneidad.

La inclusión de María es la inclusión de la mujer en el plan de la salvación. La postura tradicional nos habla de que “por la mujer” entró el pecado en el mundo y que por otra mujer, María, nos viene la Redención, claro, por los méritos de su Hijo. Yo diría que María, como mujer, madre, discípula, creyente y fiel en el seguimiento, tiene no solo un papel fundamental en el plan de salvación, sino que gracias a ella la mujer entra a formar parte fundamental en la historia humana que por milenios ha estado dominada por perspectivas machistas o patriarcales. Más que aportar al plan de salvación, María destaca en la colaboración del plan de liberación que el Redentor tenía preparado. Si bien la condenación por el pecado y el pecado mismo se había dejado recargado sobre las mujeres, y decir que María colabora en el plan de liberación no representaría ninguna novedad, lo curioso es que desde antaño la mujer ha buscado su liberación. Y no fue “dando vuelta a la tortilla” como se logra esta liberación. Es una liberación dignificadora (pues ser libres es signo de dignidad humana) que trasciende las expectativas de una liberación de las estructura opresoras. María, desde su ser mujer y madre ha tenido bajo su responsabilidad (y algunos desprecian este don de la femeneidad) de ser la madre del Redentor. Jesús fue educado por María, y eso es muy significativo. Y no quisiera caer en romanticismos de la maternidad, pero si pensamos en una educación liberadora, esa tiene que ser al estilo de María. No tenemos detalles del currículo pero nos basta el resultado para saber que ésta fue trascendente. Aquí vale la pena citar el dicho popular en la vida religiosa que dice: hacer lo ordinario de modo extraordinario.

María no sólo ha educado a su hijo, sino que se convierte en la primera y más fiel de sus discípulos. Es sin duda un ejemplo para la Iglesia y todos los cristianos. Ella no se quedó con que “ya lo sabía todo” porque ya se lo había enseñado a su hijo. Ella es también la discípula que escucha atentamente al maestro, va tras él, sufre con él. Más que preocuparnos por el culto a María (que si las flores, las novenas, los rosarios, cosas que están bien, pero no lo son todo) la preocupación ha de estar en imitar su ejemplo. Para ella Jesús y el Reino de Dios pasaron al ser el centro de su vida. Del mismo modo, quien quiera llamarse mariano no puede descuidar la perspectiva cristocéntrica y la preocupación por el Reino de Dios que nos anunció Jesús.

Ser fieles al hijo sería el mejor culto para la madre. Aquí podríamos anotar aquello que se lee en muchas parroquias con advocaciones marianas: “A Jesús por María”, pero yo apuntaría a que busquemos “A Jesús junto con María”, es decir, que María es la que nos acompaña al encuentro con Jesús.

II.                La mariología del Vaticano II

Los tres movimientos: el bíblico, el litúrgico y el ecuménico

Tres movimientos prepararon el camino para una nueva visión de María en las reflexiones teológicas. Estos movimientos son: el movimiento bíblico, el litúrgico y el ecuménico, cada uno desde su perspectiva, a saber: El bíblico puso nuevamente en primer plano la buena notica de los modos de gracia de Dios en la historia de la salvación. El litúrgico, con la oración a la trinidad, colocó la Eucaristía al centro de la vida pública de la Iglesia. El movimiento ecuménico prestó atención al diálogo con los hermanos y hermanas separados, y se percató de lo aberrante del “maximalismo” mariano aberrante. Los tres movimientos, cada uno desde su postura, devolvió a María al seno de la comunidad de los creyentes.

La perspectiva novedosa de Karl Rahner

“La idea fundamental de la teología mariana debía ser la gracia y no la maternidad” (Johnson, 2005, pág. 154), es la propuesta que nos hace Karl Rahner frente a las propuestas más tradicionales de los teólogos de la época. Para él, sigue Johnson, María recibe la gracia misericordiosa, salvadora, de Dios y, como parte de la historia humana, como “enteramente una de nosotros”, realiza su propia historia vital. Es desde esta perspectiva que se ha de organizar y fundamentar nuestra reflexión, que debería reintegrar a María en la Teología.

Mariología maximalista y la mariología minimalista en el Vaticano II (Concilio Vaticano II, 1964)

Dos grandes enfoques se encontraron presente en el concilio Vaticano II. Nos referimos a una postura “maximalista” de una mariología cristotípica (es decir ver a María del mismo modo que Cristo) que era la teología dominante del segundo milenio. La otra postura era la “minimalista” con una mariología eclesiotípica  (es decir, ven a María dentro de la comunidad de los creyente, al modo o como modelo de la Iglesia) que se inclinaba por ir a las fuentes evangélicas y patrísticas. La dificultad del tema mariano se desarrolla en torno al siguiente dilema: dónde va la figura de María en los documentos conciliares, debería estar en un lugar a parte o debe estar dentro del tema de la Iglesia. Al final y después de muchas discusiones al respecto prevaleció la postura eclesiotípica que se manifiesta en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium). Cabe rescatar que esta última postura se inclinaba más con el espíritu de los renovadores conciliares que preferían el diálogo con el mundo moderno freten al triunfalismo y el hermetismo de la Iglesia de los siglos XIX y XX en que se promulgaron los dogmas.

El título de “Mediadora” y la transición a “María, modelo de la Iglesia”

Las posturas cristotípicas  que llegaron al Concilio defendían o proponían que se reconociese de María el título de “Mediadora de todas las gracias” poniéndola a la par de Cristo-Redentor, es decir, de María como “corredentora”, o por lo menos que se proclamara el dogma de María madre de la Iglesia. La otra postura se inclinaba por presentar a María como: mujer de fe, secundando la visión de María desde la perspectiva eclesitípica. En la Constitución Dogmática Lumen Gentium, el título de mediadora queda relativizado de tres modos.

El primero es colocándolo a la par de otros títulos; luego, se sitúa en el contexto de piedad y no de doctrina; por último se ve rodeado de reservas cristológicas:

“por eso, la Santísima Virgen  en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único mediador”, como cita Elizabeth Johnson del numeral 62 del Vaticano II.

El Concilio se inclinó más por una visión de María como Modelo de la Iglesia, más que de Mediadora. Siendo modelo, ella marca lo que la Iglesia está llamada a ser. Y es esta una humilde pero significativa ganancia del concilio para la teología del tercer milenio, haber dejado a María con la comunidad de los santos, vivo y difuntos (Johnson, 2005, pág. 161).

Pautas mariológicas de Pablo VI según el Vaticano II

El Papa Pablo VI nos lega cuatro orientaciones para el culto a la Virgen: bíblica, litúrgica, ecuménica y antropológica (Pablo VI, 1974).

La orientación bíblica: no ser refiere a un positivismo bíblico, sino que quiere que de la Biblia se retomen sus términos y su inspiración las fórmulas de oración y las composiciones para el canto. En definitiva, se pide que el culto mariano esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano. La orientación litúrgica: Se pide sobre todo que el culto a la virgen siga las normas de la Sagrada Liturgia, respetando el año litúrgico para mejor guiar al pueblo cristiano. La orientación ecuménica: el Papa pide sensibilidad ante el movimiento ecuménico ya que los católicos se unen a las otras iglesias cristianas y estos encuentros han de ser en el marco del respeto y la sana doctrina. La orientación antropológica: indica que el culto a la Virgen ha de considerar los avances de las ciencias humanas, las diferentes posturas antropológicas, el contexto sociopolítico bíblico y el de los dogmas, las concepciones de lo femenino y los diferentes patrones socioculturales de la actualidad.

Todo esto para una mejor comprensión del papel de María en la vida de la Iglesia y un diálogo sano con el mundo actual.

Pautas mariológicas del documento de Puebla

María, Madre y modelo de la Iglesia (III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 1979)aquí se presenta a María como Madre de la Iglesia, es decir, engendrando hijos nuevos y los educa en un ambiente familiar. Es presencia sacramental de los rasgos maternales de Dios. Además, María es modelo de la Iglesia: en su relación a Cristo. María es colaboradora estrecha en la obra de Cristo. Tiene su lugar como modelo extraordinario de la Iglesia en el orden de la fe. Al final, en sintonía con la Evangelii Nuntiandi, María nos acompaña en el peregrinar evangelizador como “estrella de la Evangelización siempre renovada”. 
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Conclusiones

El tema mariano no puede estar desligado del tema cristológico. Este dato nos permite rescatar que detrás de toda mariología se esconde una cristología. Cuando se ha separado la mariología de la cristología se ha caído en exageraciones peligrosas, y más que heréticas son demasiado especulativas.

Tanto las herejías como las posturas contrarias al catolicismo, en relación a los temas cristológicos y marianos, han hecho su aporte a partir de obligar a los teólogos católicos a defender su fe y explicarla. Ello también revela que lo que digamos sobre María es para nosotros. Por más dogmas y hermenéuticas que hagamos no vamos a cambiar la historia de María de Nazaret, de la cual sabemos (sin afirmar certeza) lo que nos cuentan los evangelios.
A pesar de lo que las ciencias modernas y las nuevas propuestas teológicas nos puedan decir, María es simplemente María, la madre de Jesús, que vivió en Nazaret. Podríamos tomar diferentes posturas respecto a las diferentes teologías y mariologías que pueden existir, pero difícilmente tendremos una visión neutral o imparcial, y lo que digamos estará mediado por el lente que usemos para ver a María, y la intencionalidad con la que nos acercamos a ella.

Trabajos citados


Borresen, K. (1983). María en la teología católica. Concilium (188), 258-272.
Concilio Vaticano II. (1964). Constitución Dogmática sobre la Iglesia. Ciudad del Vaticano.
Johnson, E. (2005). Verdadera hermana nuestra. Teología de María en la comunión de los santos. Barcelona.
Pablo VI, P. (1974). Exhortación apostólica: Marialis Cultus. Para la recta ordenación y desarrollo del culto a la santísima virgen María. Ciudad del Vaticano.
III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. (1979). Documento de Puebla. Puebla.


Ver también: 
María de Nazaret en la Historia de la Iglesia y la Teología respectiva (I parte)








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